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Trabajar en pandemia: mujeres lidian con la informalidad y tareas no remuneradas

El impacto económico de la pandemia ha sido más fuerte para las mujeres: mientras el mercado laboral de los hombres se redujo en un 34,9%, ellas perdieron el 45,3% de los puestos. Siete de cada diez peruanas ejercían empleos informales o precarios, los primeros en desaparecer durante la cuarentena. Mayra, una cobradora de transporte público, y con hijos pequeños que mantener, forma parte de este grupo de mujeres que perdió su fuente de ingresos durante el confinamiento. Ahora, aunque ahora intenta recuperar su trabajo, las tareas no remuneradas que debe asumir en el hogar son un obstáculo.

Leer el diario de Mayra
Por: Elizabeth Salazar Vega
13 de septiembre del 2020

A través de la ventana del taxi, de regreso a casa, Mayra se adentraba a una ciudad distinta a la que dejó cuando la internaron en la Maternidad de Lima para dar a luz a su tercer hijo. La ruta a San Juan de Lurigancho había perdido su particular bullicio y las calles se veían tristes. Era lunes 17 de marzo, el segundo día del confinamiento ordenado por el Gobierno del Perú tras el avance del coronavirus, y lo primero que pensó, con su bebé en brazos, fue cuántos días resistiría sin trabajar.

Mayra Pablo tiene 30 años y, desde hace ocho, es cobradora de coaster en la ruta de San Juan de Lurigancho a San Juan de Miraflores. Su actual pareja y padre de la recién nacida trabaja en el mismo paradero de ómnibus que ella, llamando a la gente a subir a las unidades. Cada uno lleva a casa un promedio de S/40 diarios. Es decir, unos US$11. Lo que él consigue, sin embargo, se destina principalmente a alimentos y los gastos de la bebé. Por eso, ella siente que es padre y madre para sus otros dos hijos, de 15 y 9 años.

Con la orden de inmovilización social y la suspensión del transporte público, ambos perdieron su fuente de empleo y pasaron a engrosar la lista de los 6 millones 720 mil peruanos que se quedaron sin trabajo debido a la crisis económica generada por la pandemia. Los datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática ( INEI), hasta el cierre de junio, muestran una abrupta caída, equivalente al 40% del total de la población ocupada.

Al igual que el resto de América Latina, el coronavirus encontró al Perú con brechas de desigualdad ocupacional y salarial de género. Pero el mayor impacto recayó en las mujeres, pues mientras el mercado laboral para los hombres se redujo en un 34,9%, ellas perdieron el 45,3% de las plazas ocupadas. Una de las razones apunta a que siete de cada diez peruanas del área urbana se desempeñaban en empleos informales, los primeros en desaparecer durante el estado de emergencia.

En la zona de Huáscar, donde vive Mayra, los vecinos organizados y la asociación Valientes Niños de Jesús -que se formó durante la crisis- fueron claves para captar donaciones de víveres y asistir a la comunidad durante el confinamiento. “No imaginé volver a tener que pedir comida; hacer olla común y esperar donaciones. Desde muy niña trabajo y pago mis cosas. Ahora me estresa no poder hacerlo, tengo gastos, deudas, pero me aseguro que a mis hijos no les falte nada”, cuenta la joven.

Su primer empleo fue a los siete años. Su padre la abandonó por el alcohol, y su madre la dejó al cuidado de sus abuelos. Tras la muerte de uno de ellos, pasó a vivir con sus tíos, donde se vio forzada a trabajar para conseguir un dinero extra. Vendía verduras, cargaba baldes de agua; fue grifera, ayudante en una fábrica textil, vendedora de jugos y comida. Su economía siempre se sustentó en el dinero que conseguía cada día.

“El coronavirus encontró al Perú con brechas de desigualdad ocupacional y salarial de género”

Los trabajadores independientes, como ella, y los que realizan labores familiares no remuneradas, forman parte del 49,7% de la población ocupada que se sostiene en empleos vulnerables ; un grupo con menos probabilidades de pasar a la formalidad. Sin ahorros, seguro médico, fondos de pensiones ni contratos, la pandemia agudizó sus dificultades.

En Perú, la presencia femenina en el ámbito laboral se concentra en las Micro y Pequeñas Empresas (Mypes), un segmento que el gobierno intentó ayudar con poco éxito a través de programas de liquidez como Reactiva Perú y FAE Mype. Detrás de estos negocios, que hoy están al borde de la quiebra, se concentra el 75,9% de las mujeres que trabajaban hasta el 2018, principalmente en los rubros de comercio y servicios, según un estudio elaborado por el PNUD y el Ministerio de la Mujer.

El peso del cuidado en el hogar

A fines de julio, cuatro meses después de iniciado el confinamiento, se levantó la restricción y Mayra retomó su rutina: se levantó a las 4:00 am para alistarse y dirigirse al paradero de la línea de transporte Huáscar donde, junto a otras 12 o 10 personas, debe hacer cola y esperar ser elegida como cobradora por alguno de los choferes que iniciará su ruta. La diferencia es que ahora todos portan mascarillas y protectores faciales.

Aquel sábado tuvo suerte: hizo tres vueltas con el vehículo y regresó a casa a las 5 p.m., pero con solo S/30 (US$8,5) en el bolsillo. “El peor momento es cuando el carro se llena y la gente quiere subir desesperada. Aguanto la respiración, pido al Señor que me ayude, que me cuide de esta enfermedad. Pienso en mis hijos [...] Pero cuando el carro está vacío también me desespero porque no se gana”.

Los días que Mayra no se enfrenta a los cláxones y el tráfico limeño, los dedica a limpiar la casa, cuidar a su bebé y lavar la ropa de todos, con ayuda de una conexión clandestina de agua que hicieron sus vecinos. Su pareja -que sí acude al paradero todos los días- regresa en la noche, cuando todo está listo.

Ella suele ir al paradero tres veces por semana. Cuando lo hace, su hermana, que vive a unas cuadras y cuida de dos niños con habilidades diferentes, prepara el almuerzo para todos; mientras su hija mayor se queda a cargo de la bebé. Al caer la tarde, Mayra regresa a casa, prepara la cena y ayuda a su hijo de 9 años con las tareas, dentro de sus posibilidades, pues no concluyó la educación primaria.

El cuidado de bebés y niños es la segunda tarea donde la población mayor de 12 años dedica más tiempo no remunerado, luego de la asistencia a familiares enfermos o ancianos.
CUIDADOS. El cuidado de bebés y niños es la segunda tarea donde la población mayor de 12 años dedica más tiempo no remunerado, luego de la asistencia a familiares enfermos o ancianos. Foto: Andina.

Su hija mayor cursa el tercer grado de secundaria, pero abandonó las clases a distancia en junio porque en casa no tienen computadora; solo un celular sin Internet. “Al principio compartía el celular con su hermano, pero era muy difícil. Al final, decidimos que como él todavía está en primaria, es más chico, debía ser quien lo use para recibir y enviar sus tareas por WhatsApp. Mi niña tendrá que ponerse al día, pero no quiero que deje de estudiar”.

La primera semana de agosto, la joven madre sumó una preocupación más a su rutina: la bebé se enfermó del estómago. “Ahora estoy más angustiada. Tuve que pagar las medicinas, y también debo tramitar su documento de identidad, porque con todo lo del virus y la cuarentena, no llegué a hacerlo. Encima tengo un préstamo de S/1 mil, que saqué a una financiera para costear el parto y comprar un camarote a mis hijos. La deuda se congeló por la pandemia, pero este mes debo pagar la primera cuota”, detalla.

El trabajo del cuidado involucra actividades o roles que podrían ser cubiertas por servicios estatales o privados, pero que socialmente son adjudicados a la mujer por el solo hecho de serlo. Por ejemplo, cuidar a los niños, a los ancianos o familiares enfermos, sin un sueldo de por medio. Es una brecha de género que disminuye el tiempo y la calidad de atención que ellas podrían dedicarle a un trabajo formal y remunerado. Así, se limitan sus posibilidades de ascenso e independencia financiera.

“El trabajo del cuidado involucra actividades socialmente adjudicadas a la mujer por el solo hecho de serlo”

En la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT) se identificó que, entre las labores asalariadas y las no remuneradas, las mujeres peruanas trabajan 9 horas con 15 minutos más que los hombres cada semana. Mientras ellos dedican 15 horas semanales a las tareas domésticas, ellas invierten 39 horas en estas funciones, restándole tiempo y posibilidades a las actividades remuneradas.

Los datos fueron recopilados por el INEI en 2010 y, desde entonces, el Estado no ha previsto su actualización, pese a ser una herramienta para adoptar planes públicos contra las brechas económicas. En el documento de trabajo 004-2019, la Defensoría del Pueblo pidió garantizar la periodicidad y fiabilidad de esta información, en concordancia con los objetivos de la Política Nacional de Igualdad de Género.

Arlette Beltrán, economista y vicerrectora de investigación de la Universidad del Pacífico, sostiene que la mayor incorporación de las mujeres al mercado laboral ha tenido como contrapartida la reducción de su tiempo personal, pues la carga relacionada a tareas y cuidados en el hogar no disminuyó. A esta problemática se le denomina “pobreza de tiempo”, e identifica como pobres a quienes no pueden destinar un mínimo de horas a espacios familiares o de entretenimiento.

“Realizamos un estudio que muestra cómo la pobreza del tiempo alcanzaba en un 33% más a las mujeres que a los hombres, restándoles espacio para el ocio y un sueño adecuado, y aumentando en ellas la sensación de frustración por las tareas múltiples. La crisis sanitaria ha agravado esta situación, pues las mujeres han sumado al teletrabajo y a las tareas domésticas el monitoreo de las clases virtuales de sus hijos y el cuidado de familiares enfermos”, señala.

Beltrán sostiene que el acceso a la educación también está marcado por esta brecha, pues si bien son más las adolescentes que acceden a la matrícula escolar, la tasa de deserción [9,6% según el INEI] responde principalmente a dos factores: embarazo precoz y la asignación de labores domésticas. Al culminar sus estudios la mayoría se inserta en sectores económicos menos remunerados que, por ejemplo, la minería y la industria; lo que coincide con su menor presencia en altos cargos de grandes empresas.

“Las posibilidades de ascender u obtener un aumento no son las mismas entre hombres y mujeres. La maternidad representa para muchas una barrera para llegar a las posiciones más altas de una organización, pues, además de encargarse de las labores domésticas, deberá dividir su tiempo con los hijos. Estamos hablando de impedimentos objetivos, a eso hay que sumarle discriminación, acoso y otros. Es como hacer una maratón y pedirle a las mujeres que inicien la carrera 50 metros más atrás”, añadió.

Durante las emisiones del programa Aprendo en casa, las madres fueron quienes acompañaron a sus hijos en un 63,7% de los casos
ACOMPAÑAMIENTO. Durante las emisiones del programa Aprendo en casa, las madres fueron quienes acompañaron a sus hijos en un 63,7% de los casos. Los padres cumplieron esta función solo en un 9,9%. Foto: Andina.

La organización Gender Lab -que se dedica a promover prácticas de igualdad de género en el sector público y privado- encuestó entre abril y junio a 833 personas, entre hombres y mujeres, con contrato y bajo la modalidad de teletrabajo, para conocer la distribución de las tareas del confinamiento. Encontraron que entre las labores de cuidado, gerenciar el hogar, lavar, limpiar la casa, comprar alimentos y cocinar, ellas destinaban 9:35 horas diarias y ellos, 6:11 horas.

“Es literalmente una doble jornada la que estas mujeres afrontan, pero sin bloques diferenciados: ocho o nueve horas de teletrabajo y otro bloque igual de labores en casa con el teletrabajo. Ellas reportan que tienen más interferencias para ejercer su trabajo y muestran indicadores de ansiedad. Conocíamos estas diferencias antes de la Covid-19, pero, cuando el hogar se convirtió en el lugar donde se estudia, trabaja y se pasa tiempo libre, la situación empeoró”, señala Marlene Molero, abogada laboralista, magíster en género y CEO de la organización.

El Ministerio de Educación hizo el ejercicio de conocer qué miembro de la familia acompaña al niño durante las emisiones del programa Aprendo en Casa, e identificó que en un 63,7% eran las madres quienes cumplían esta función frente al televisor; mientras que los padres lo hacían solo en un 9,99% de los casos. De acuerdo con los datos, difundidos a fines de julio, en las transmisiones a través de radio o internet, los resultados fueron abrumadoramente similares.

En este contexto de crisis, ONU Mujeres y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) emitieron un informe en el que piden a los países incluir la economía del cuidado en la planificación, diseño e implementación de las políticas macroeconómicas. Esto implica invertir en redes de infraestructura estatal y servicios de cuidado remunerados -como guarderías y la formalización del servicio de trabajadoras del hogar-, así como en tecnología y sistemas de transporte que ahorren tiempo a quienes se dedican a estas labores.

La Defensoría del Pueblo calculó, en base a datos oficiales, que la brecha en la distribución del trabajo doméstico y de cuidados le cuesta al Estado unos S/ 6.176 millones, equivalentes al 0.9% del PBI del año 2017. La cifra involucra a casi tres millones de mujeres en edad de trabajar.

Violencia de género: otro factor de retraso

Cuando Mayra no sale a trabajar cuenta que se siente inquieta, angustiada. En parte por las deudas, pero también porque quiere sentir que aporta en su hogar y que tiene la independencia económica para comprarle un par de zapatillas más a sus hijos. Por eso se siente afortunada de tener una pareja que, pese a verse pocas horas, no consume alcohol, apoya sus ideas y no le prohíbe trabajar; problemas que afrontó con los padres de sus dos hijos mayores.

Mayra tenía 14 años cuando conoció a quien sería el padre de su primera hija: un joven diez años mayor, empleado de la fábrica textil donde ella planchaba prendas denim. Pocos meses después, quedó embarazada. y, sin soporte familiar de por medio, se fue a vivir con él. Estuvieron juntos poco más de un año. En ese lapso, ella pasó de escuchar frases como “solo las mujeres de la calle trabajan”, hasta agresiones físicas y escenas de celos, cada vez que planteaba su intención de retornar al trabajo.

Un día no aguantó más y fue a la comisaría 10 de Octubre para denunciarlo por agresión, pero los agentes policiales le dijeron que, al ser menor de edad, necesitaba acudir en compañía de sus padres o no podrían recibir su caso. “Él no quería que trabaje, pensaba mal de mí. Tenía que pedirle permiso si salía a comprar o que me de un sol más si se me antojaba una galleta. Así que no me importó: cogí a mi bebé de un año y me fui. Me mudé con una amiga y empecé de nuevo”.

Eliana Revollar, adjunta para los Derechos de la Mujer de la Defensoría, considera que un entorno machista dificultará aún más la reinserción laboral de la mujer durante esta crisis, pues buscará impedir que retomen los espacios de independencia que perdieron durante el confinamiento. En algunos casos, esto se suma a la agresión psicológica que ejercen los hombres machistas sobre sus parejas para crear un vínculo de dependencia y bloquear sus capacidades, a fin de que no intenten buscar trabajos propios.

“El abordaje de la violencia de género no puede estar separado de los objetivos del cierre de brechas de desigualdad, la autonomía laboral y una maternidad y sexualidad informadas para que el embarazo tampoco sea sinónimo de sujeción. Es prioritario que el Gobierno y el sector empresarial promuevan la reinserción laboral de las mujeres porque, si son jefas de hogar, se deja sin ingresos a la familia entera; mientras que a otras se les condena a depender económicamente de una pareja violenta”, explica.

“Un entorno machista dificultará aún más la reinserción laboral de la mujer durante esta crisis”

Esta violencia no se restringe a los sectores pobres o a los menos educados; el machismo atraviesa a toda la sociedad. En el libro “Violencias contra las mujeres”, la investigadora Rosa Durán confirma que para las peruanas tener educación y empleo significa un mayor riesgo de ser víctimas, pues algunos agresores ven su desarrollo como una amenaza.

Un hecho que se repite cuando confluyen bajo logros educativos en los esposos. Por ello, plantea la necesidad de “modificar los roles tradicionales de género o conceptos de masculinidad, que son la base de la frustración, el estrés o la amenaza. Algo que, al parecer, siente parte de la población masculina, cuando las mujeres rompen estereotipos todavía vigentes”.

Esta semana, Mayra volvió a vestir su uniforme gris de cobradora. Se puso mascarilla y protector facial, cogió su letrero y salió en la coaster para buscar el dinero que llevaría a casa. Aún si consiguiera un vehículo los cinco días de la semana, con lo que gana no llega a reunir un sueldo mínimo al mes. En todos estos años su experiencia laboral se ha caracterizado por ello: recaudar lo suficiente para el día, en lo que pueda, y cuando pueda. La diferencia es que ahora lo hace con miedo porque cada moneda recibida es una posibilidad más de contraer el virus.

Con el apoyo de Amnistía Internacional.